Los veteranos de este blog conocen bien mi debilidad por el astro José Luis Alvite. Por ahora a este periodista pesimista no le han dado el nóbel, pero quizás algún día sí lo consiga (si lo ha hecho Obama, por qué no Alvite...)
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Más allá de recordar sus obras, muchas de ellas publicadas por Ézaro Ediciones, como Historias de Savoy, Almas del Nueve Largo o Áspero y sentimental, siempre intento leer los oscuros artículos que aparecen en diferentes medios de prensa como La Razón y El Faro de Vigo, o escucharlo junto a Carlos Herrera, en Onda Cero.
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Hoy, nuevamente, me ha sorprendido. Ha sido en su columna en La Razón de hoy, 15 de octubre de 2009. Os la reproduzco para los vagos que no quieran pinchar en el link del periódico.
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Bofetada transparente.
Jamás le hice a una mujer tanto bien para que al cabo de los años desease volver a verme, ni tanto daño que no pudiese olvidarme. He disfrutado siempre de los primeros momentos sin escatimar esfuerzos, pero a medida que pasaba el tiempo y se esfumaba el sol de los comienzos, me daba perfecta cuenta de que yo jamás podría ser la clase de hombre capaz de partir toda la leña que su chica va a necesitar para sobrevivir a los rigores del invierno. Por eso me he dedicado durante muchos años a dejar que por culpa del abandono se viniesen abajo las historias en cuya construcción tanto sin duda me había esforzado. Era como si un autor de teatro abuchease su propia obra sentado entre el público en el patio de butacas, o como esas lombrices de California que convierten lentamente en estiércol la tierra más limpia. He sido en las cosas del amor tan descuidado como cuando por culpa de la desidia dejaba sin acabar las colecciones que con tanto entusiasmo empezaba a pegar en el álbum. A veces pienso que si fuese un atleta y marchase con ventaja sobre los demás, entraría rezagado en la meta por culpa de haberme entretenido en pensar qué se sentiría al perder la carrera. En el fondo siempre he creído que el fracaso era mi estado natural y que triunfar con claridad en algo a la postre sólo me iba a servir para sentarme con hemorroides en la coronación y descubrir que soy alérgico al laurel. Nunca quise hacerle daño a nadie pero la verdad es que siempre he tratado de verle el lado bueno a las cosas malas, hasta el punto de que a la ruptura de mi primer matrimonio le di en la cabeza las vueltas que creí necesarias hasta convencerme de que una experiencia tan terrible me había servido al menos para saber lo que siente un hombre al destruir una familia. A los pocos meses de romper con ella estuve tentado de arrepentirme y volver, y si no lo hice, ¡maldita sea!, fue porque siempre creí que lo mejor que en un caso así puede hacer un tipo como yo es reconciliarse con otra mujer. El caso es que a veces me miro al espejo y me veo turbio y culposo, al mismo tiempo impune, como si la mala conciencia me hubiese estampado en la cara una bofetada transparente.
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